Mejor viejo conocido

Cuando era adolescente escuchaba a muchas personas decir ‘mejor viejo conocido que nuevo por conocer’. Generalmente usaban esa frase para justificar la resistencia a los cambios. Parecía tener sentido y los demás asentíamos porque todos sabemos que es difícil adaptarse a lo desconocido.

Pero últimamente he notado que muchos utilizan esa forma de pensar para mantenerse atascados en relaciones tóxicas y situaciones infructuosas. Creo que tiene más que ver con el miedo que con cualquier otra cosa.

Hace unos meses una joven hermosa llegó a mi consultorio. Tenía menos de 30 años y ya era madre de 4 niños menores de 6 años de edad y todos de papás diferentes.

Su motivo de consulta era que su vida no tenía sentido: no había estudiado, había perdido el trabajo, estaba a punto de ser desalojada de su vivienda, todos los papás la habían abandonado, ninguno pagaba la pensión alimenticia, los niños estaban fuera de control y la estaban volviendo loca… La lista era larga.

Le pregunté a qué atribuía ella todo ese desorden en su vida y su respuesta fue que era culpa de estos y aquellos y Sutanos y Menganos. Pero en ningún momento aceptó responsabilidad por el caos que había creado.

Le dije que si estaba lista para ver algo diferente en su vida, le tocaría hacer algo diferente. No se puede seguir haciendo lo mismo de siempre y esperar resultados diferentes. No se puede buscar una solución con la misma mentalidad que creó el problema.

No estuvo dispuesta a hacer ningún tipo de cambio. Me dijo que ya estaba acostumbrada a esa vida y que no era su culpa porque ella había hecho todo bien.

Le pregunté que si no estaba interesada en cambiar a qué se debía su visita a mi consultorio. Me explicó que los abuelos la habían enviado. Me dijo que en realidad ella ya se había acostumbrado a su vida, pero que ellos insistían en que necesitaba ayuda.

A pesar de estar atrapada en una vida sin sentido, el miedo a intentar algo diferente fue más poderoso que el deseo de vivir mejor.

El viejo conocido. Ya conocemos sus achaques y sus malestares y ya nos acostumbramos a sus lamentos. Por eso lo preferimos. ¡Qué lástima!

 

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