Temprano esta mañana recibí un mensaje por Whatsapp de una ex alumna. La recuerdo como una niña muy dulce y brillante. Hoy compartió conmigo tres fotografías que me hicieron llorar.
Resulta que por algún motivo olvidado yo le escribí una carta larga en la que la animaba a alcanzar sus sueños y desarrollar su potencial hasta lo máximo. Le dije que la quería mucho pues había tocado mi vida.
Su madre había guardado la carta y se la enseñó esta mañana, 22 años más tarde.
He leído y releído esas tres páginas una docena de veces en lo que va de la mañana y como resultado he aprendido cuatro grandes lecciones:
Mi letra no ha cambiado mucho en todo este tiempo.
Mi mensaje sigue siendo el mismo aunque he cambiado bastante físicamente, emocionalmente y espiritualmente.
Hay que tener cuidado con lo que se escribe, que uno nunca sabe quién guarda las cartitas y las notitas.
Pero la lección más importante que aprendí hoy es esta: Perdemos demasiado tiempo juzgando y rechazando a las personas, señalándoles todo lo que hacen mal y todas las maneras en que nos han decepcionado y muy poco tiempo animándolas y creyendo en ellas.
La ira, el resentimiento y el rechazo nunca han inspirado a nadie a ser mejor persona. Sólo el amor tiene el poder para lograr eso.