No tengo tarea

Este será mi año escolar número 23. El tiempo se ha ido volando. Todavía recuerdo con mucho cariño mi primer grupo de estudiantes. Estaban en séptimo grado en 1991, hoy día muchos son profesionales ya en sus 30s. Puedo mencionar a la mayoría por nombre. Gracias al Facebook, me mantengo en contacto con varios de ellos.

 

Recuerdo sus caritas durante mis interminables regaños. No lo niego: me encanta regañar. Me tuvieron tanta paciencia. Estoy eternamente agradecida.

 

Una de las cosas que aprendí muy temprano en mi carrera es cuán inútiles son las tareas. Sé que muchos no estarán de acuerdo conimgo. Mira, yo no me llevo el trabajo para la casa y critico a todos los que lo hacen. Creo que cada hogar debe ser un santuario en donde los seres que comparten el mismo techo deben dedicarse tiempo unos a otros. Creo que los miembros de la familia deben comer juntos en la mesa por lo menos una vez a la semana. Creo que padres e hijos deben sentarse a conversar en lugar de retirarse cada uno a su esquina preferida para jugar en la computadora o ver televisión. Creo que no es imposible lograrlo y que si se lograra, la sociedad sería mejor.

 

Por eso nunca puse tareas. He enseñado ciencias naturales, matemáticas, inglés, historia, física, biología, química y hasta ética y mecanografía y nunca puse tareas. Prefiero que el estudiante trabaje en el salón de clases delante de mí para que yo sea testigo de que haya aprendido. Cuando la tarea llega a casa la termina haciendo todo el mundo menos el estudiante. Lo he visto: la nana, el tutor, la vecina que habla inglés, los abuelos, los padres, los hermanos mayores– todos terminan haciendo la tarea porque se hizo tarde y el chico se tuvo que ir a dormir. O porque la tarea es demasiado complicada para la niña.

 

A mí me pasó. Cuando mi hija estaba en kinder un fin de semana la maestra le dejó 10 páginas de tarea. Yo las tuve que hacer.  ¿Qué sentido tiene eso?

 

La semana pasada una madre de una chica adolescente me comentó que durante toda la primaria ella llegaba estresada a la casa del trabajo para pasar horas y horas haciendo las tareas de la hija. Esta situación es clásica. Las tareas son para los padres.

 

Y cuando llegan a la secundaria uno hace la tarea y todos los demás la copian: lo envían por fax, lo escanean y lo envían por email, le toman foto y lo comparten por BBchat o Whatsapp. Lo he visto todo. ¿A quién engañamos?

 

Creo que las tareas no son necesarias. Este es mi año escolar número 23. Han estado bajo mi influencia miles de estudiantes. Todos aprendieron.

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