Oportunidades perdidas

Hace unos días estuve atrapada en una fila descomunal fuera del banco. A raíz de esto, he decidido que diciembre no es un buen mes para hacer transacciones bancarias. Pero ese no es el tema de hoy.

Mientras sudaba en la fila, tratando de mantenerme positiva, noté que se acercaba un vendedor ambulante que llevaba unas sandalias lindas en sus manos. Las sandalias eran de cuero con diseños folklóricos muy coloridos. Le pregunté por el precio y me pareció razonable la oferta. Lamentablemente no tenía mi talla a mano. Pero me explicó que sí tenía más en casa.

Ahora viene la parte interesante. Como te mencioné yo estaba parada en la fila, esperando entrar al banco. Le sugerí que me llevara las sandalias a mi oficina que queda a pocos minutos del banco, en la misma vía. Traté de darle la dirección, pero noté que no me prestaba atención. Es que a él le pareció mejor idea tomar un taxi a su casa y traerme las sandalias al banco. “Pero señor, no le puedo asegurar que estaré aquí cuando usted regrese”. Traté de razonar con él. “No, no, yo voy rapidito y regreso”. Y con esas palabras se fue corriendo.

Un señor que estaba detrás de mí en la fila comentó sobre la tonta decisión del vendedor. Lo más lógico hubiese sido que llegara a mi oficina con varias piezas y que me convirtiera en una cliente fija.

Bueno, me puse a pensar en las veces en que he visto esa misma actitud. Se presenta una oportunidad y la persona busca miles de excusas para no aprovecharla. Conozco a varias personas que tienen ese mal hábito. La primera respuesta siempre es no. Lo dicen sin pensar, sin analizar. Es la respuesta automática. Luego se quejan de que la cosa está dura para la pequeña empresa. No se han dado cuenta de que ellos mismos son quienes obstaculizan su crecimiento y prosperidad.

¿Y el vendedor? Pues no lo he vuelto a ver ni en el banco, ni en mi oficina.

One Way Stock / Foter.com / CC BY-ND
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