¡Me encantan!

El domingo pasado participé de un maratónico ensayo de coro. Para cuando llegó el receso todos estabamos con mucha sed y un poco de hambre. La fila en la cafetería parecía interminable y más de uno se quejó porque aunque el refrigerio era gratuito, el receso no sería suficiente para que se sirviera tanta gente.

Los que me conocen saben que pasé de largo. Fue en ese momento que me topé con una docena de adolescentes del equipo de coreografía. Como es mi costumbre, porque me fascinan los adolescentes (aunque no los conozca), me hice la invisible y presté atención a la conversación:

“¡Mira esa fila!” exclamaron varios a la vez, mientras hacían ruiditos de disgusto y desaliento.

“¡Tengo una idea!” gritó otro con entusiasmo “¿Por qué no les servimos? ¡Así la fila se mueve más rápido y comemos más rápido!”

Con mucho orgullo (recalco que en verdad no los conozco) vi a estos jóvenes entrar a la cocina y empezar a servir a los adultos con una alegría genuina.

Pues así es: cuando servimos a otros, nosotros mismos somos beneficiados. Aprendieron bien. ¡Me encantan los adolescentes!

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¡Me encantan!