Hace unos días entré a mi banco para solicitar una certificación. La oficial que me atendió fue muy amable y cordial. Después de escribir mi nombre en letras de imprenta, me comentó lo bonita que le parecía mi letra. Me confesó que desde la pandemia su caligrafía se había deteriorado y ya casi no era legible.
Su comentario me hizo pensar en todos los pequeños cambios que la pandemia dejó en nosotros: hábitos, manías, modos de pensar y de movernos. No todos son evidentes, pero muchos reflejan un desgaste emocional más profundo de lo que imaginamos. No es casualidad que el porcentaje de personas de todas las edades que ahora se definen como “introvertidas” ha aumentado significativamente.
Cuando se levantaron las medidas sanitarias y las oficinas volvieron a llenarse, muchos pensaron que lo más difícil había quedado atrás. Las mascarillas desaparecieron y las reuniones presenciales recuperaron su espacio. Sin embargo, bajo la superficie, se estaba gestando una transformación silenciosa.
Numerosos profesionales —personas que durante la pandemia demostraron una enorme capacidad de adaptación y mantuvieron la calma por el bien de sus familias— regresaron a sus escritorios con síntomas invisibles de ansiedad: comportamientos sutiles, difíciles de identificar y poco estudiados.
Te presento cinco de las adaptaciones pospandemia más comunes —y menos reconocidas— que están moldeando la vida profesional actual.
1. Resistencia disfrazada de preferencia
Cuando un empleado dice que “prefiere el trabajo híbrido”, suele presentarse como una elección práctica. Pero en muchos casos, detrás de esa preferencia se esconde una sensación de inseguridad. El trayecto hacia la oficina, los espacios cerrados y la constante cercanía con otras personas pueden despertar una ansiedad latente. No se trata de rechazar la vida laboral presencial, sino de conservar la sensación de control y seguridad que se desarrolló durante el aislamiento.
2. Umbral reducido para la sobrecarga social
Antes de 2020, las conversaciones informales y las reuniones grupales eran parte natural del día a día. Hoy, muchos profesionales se sienten agotados después de pocas horas de interacción. El entorno tranquilo del trabajo remoto reconfiguró el sistema nervioso para esperar silencio, comodidad y previsibilidad. De vuelta al ruido, a los tacones, a las corbatas y a la dinámica impredecible de las oficinas, el cuerpo reacciona con irritabilidad o cansancio extremo. Lo que parece retraimiento puede ser, en realidad, sobreestimulación.
3. Fatiga de videoconferencias
Meses —o incluso años— de verse constantemente en la pantalla durante videollamadas generaron una especie de autoobservación crónica. Aunque ya no haya cámaras, muchos sienten que siguen siendo observados o evaluados. Esa sensación interiorizada de exposición permanente erosiona la confianza y puede detonar una forma sutil de ansiedad escénica en presentaciones o reuniones presenciales.
4. Sobreproducción impulsada por la culpa
Durante los confinamientos, la interrupción de la productividad dejó una huella emocional en muchos trabajadores. Al regresar, algunos intentaron “compensar el tiempo perdido” mediante jornadas interminables. No se detienen para comer, descansar ni desconectarse. Detrás de esta aparente motivación se esconde el miedo a ser vistos como reemplazables o poco comprometidos: una forma de ansiedad profesional que se disfraza de ambición.
5. Desconexión funcional
Numerosos empleados cumplen con sus tareas, entregan resultados y asisten puntualmente, pero se sienten emocionalmente desconectados de su trabajo, sus colegas o su propósito. Esta “desconexión funcional” es una manifestación silenciosa del agotamiento emocional tras años de incertidumbre. La pandemia enseñó a sobrevivir, pero no necesariamente a reconectar. Si no se atiende, este desapego puede transformarse en apatía o cinismo profesional.
Comprender estas manifestaciones requiere empatía, no juicio ni corrección. El entorno laboral moderno debe evolucionar más allá de las métricas de productividad y convertirse en un espacio de reintegración emocional. Un espacio que no solo sea eficiente, sino también humano y seguro.