Hace unos días me tocó hacer un trámite en un banco local. Como era lunes por la mañana, el lugar estaba repleto. Tuve que esperar casi una hora para que me atendieran. En momentos así, quienes no se refugian en sus redes sociales suelen iniciar conversación con quienes están cerca, solo para combatir el aburrimiento.
Una señora me contó que tenía 87 años y que acababa de retirar todo su dinero de otro banco para trasladarlo a ese. Su motivo me dejó pensativa: su esposo tenía acceso a la cuenta y sacaba dinero para comprar licor.
Mientras hablaba, yo solo escuchaba en silencio, asintiendo de vez en cuando. Pero por dentro surgía una pregunta una y otra vez: ¿a esa edad?
A mí aún me faltan un poco más de tres décadas para llegar a los 87, pero de algo estoy segura: cuando llegue, quiero paz.
Con frecuencia escucho en consulta a hombres y mujeres decir que su pareja es alcohólica, fuma marihuana, es violenta, maltrata a los hijos, se endeuda, etc., pero que “no es mala persona”. Esa frasecita les hace sentir cierta obligación de tolerar, quedarse y ser comprensivos, con la esperanza de que algún día cambie. ¿Te cuento un secreto? Pocas veces cambian.
Al final, cada quien debe decidir qué es lo más importante y qué está dispuesto o dispuesta a aguantar. Es cierto que nadie es perfecto, pero conviene elegir con qué imperfecciones quieres traer hijos al mundo y envejecer. Algo que roba la paz, destruye la salud física, afecta las emociones y genera inestabilidad financiera tiene un precio demasiado alto.

