Recientemente me hicieron la famosa “pregunta del millón”: ¿es necesario recordar lo que nos sucedió en la niñez para sanar nuestras heridas emocionales? Mi respuesta es sí y no, ya que depende de varios factores.
Si le preguntas a un coach de bienestar o a alguien que haya tomado cursos de psicología positiva, te dirían que no es necesario revisar el pasado. En su opinión, eso podría mantenernos estancados. Dirían que lo importante es enfocarnos en el presente, tomar responsabilidad por nuestras acciones actuales y movernos hacia nuestras metas. Y esto es totalmente cierto. Muchas personas rechazan la terapia psicológica porque sienten que pasan años revisando su niñez sin avanzar.
Sin embargo, gran parte de las heridas psicológicas que nos hacen sufrir como adultos provienen de situaciones que ocurrieron en nuestra infancia. Las decisiones que tomamos, nuestra forma de ver el mundo, cómo nos relacionamos y cómo enfrentamos la vida generalmente están moldeadas por las experiencias que vivimos cuando éramos pequeños.
La mente humana tiende a aferrarse a lo familiar, ya que el cerebro está diseñado para hacer predicciones constantes basadas en experiencias pasadas.
Por ejemplo: Cuando Lucy tenía 5 años, una vez salió descalza a caminar por el patio y una hormiga roja le picó el dedo gordo. Tuvo una fuerte reacción alérgica, se le hinchó el dedo, se infectó, se formó un absceso y tuvo que ir al médico para drenar el pus. Fue una experiencia dolorosa, y como consecuencia, no pudo ponerse zapatos cerrados durante un buen tiempo.
Ahora, cada vez que Lucy ve una hormiga roja o incluso piensa en caminar al aire libre, su cerebro asocia esa experiencia dolorosa y experimenta miedo o ansiedad. Por otro lado, Maribel, que caminó descalza muchas veces sin problemas, invita a Lucy a hacer senderismo, pero Lucy se paraliza de miedo. Decidir buscar ayuda para entender el origen de su temor a caminar al aire libre sería un paso importante. Aquí es donde recordar el incidente de su niñez puede ayudar a dar contexto.
La amígdala cerebral es la encargada de evaluar constantemente el entorno y determinar si hay algún peligro. Esta parte del cerebro detecta amenazas y prepara el cuerpo para reaccionar antes incluso de que la señal de alerta llegue a la corteza prefrontal, donde tenemos una reacción consciente. Esto ocurre porque la amígdala almacena los recuerdos emocionales y asocia situaciones pasadas con respuestas de miedo o protección.
Entonces, ¿cómo le decimos a la amígdala que no estamos en peligro? Existen diversas maneras. Técnicas como afirmaciones, meditación y yoga activan la corteza prefrontal medial, que nos ayuda a regular las emociones y la respuesta al estrés. Además, prácticas como respiración profunda, movimientos suaves, escuchar sonidos relajantes de la naturaleza, o incluso el contacto físico, como un abrazo o envolvernos en una manta de peso (manta terapéutica), envían señales de seguridad desde el tronco encefálico.
Es importante recordar que todos somos diferentes. Lo que funciona para una persona no necesariamente será útil para otra. El secreto está en conocerte a ti mismo y descubrir cuáles herramientas te ayudarán a sentirte mejor. Y si tu alma siente la necesidad de recordar el pasado, atrévete a hacerlo.
Recuerda que la sanación emocional no es un proceso lineal ni universal. A veces, revisar el pasado nos ayuda a entender nuestras reacciones actuales y a liberarnos de miedos o bloqueos. Otras veces, lo que necesitamos es vivir plenamente en el presente, sin reprimir las emociones, pero sin aferrarnos al dolor pasado. La clave está en encontrar el equilibrio que te permita avanzar.