Ayer escuché una frase que me impactó profundamente:
“Un esclavo que no sabe que es esclavo admirará y defenderá sus cadenas como si fueran un trofeo.”
Esa cita me llevó a reflexionar sobre las formas modernas de esclavitud que la mayoría de las personas ni siquiera identifica como tales. Hoy en día, la esclavitud no siempre lleva cadenas físicas: se disfraza de comodidad, validación social y falsa libertad. Algunos ejemplos son la deuda con tarjetas de crédito, el consumismo y la vigilancia invasiva.
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Deuda disfrazada de recompensa
Me sorprende la cantidad de personas que creen que decir “me lo merezco” justifica comprar cosas caras e innecesarias con la tarjeta de crédito. ¿Desde cuándo “consentirse” significa comprometer tu estabilidad financiera? ¿Y qué pasó con merecer vivir sin deudas? ¿No te mereces paz mental, libertad financiera y dejar de vivir estresado por los pagos mínimos? -
La influencia de los influencers
Con la llegada de los influencers también llegó una necesidad colectiva de demostrar valor imitando estilos de vida editados. El trabajo de ellos es hacernos sentir insatisfechos con lo que tenemos y les funciona. De pronto vemos a miles de personas haciendo fila por otro vaso térmico más, un peluche espantoso o una cartera con cuentas de diseño cuestionable—no porque lo necesiten, sino porque alguien en redes sociales les hizo creer que si no lo compran no están en nada. Y lo peor: se siente normal. -
Vigilancia como característica, no como amenaza
Muchos argumentan que la vigilancia ha hecho las calles más seguras. Pero ¿a qué costo? Vivimos en un mundo donde casi todos llevan una cámara de alta definición en el bolsillo, lista para grabar a otros en sus momentos más vulnerables. Sin pedir permiso, nuestras vidas pueden convertirse en contenido: nuestro auto, nuestra casa, nuestra ropa. Basta que alguien piense que se ve “bonito” para subirlo. Y no hablemos de la cantidad de veces que hemos aparecido sin saberlo en el fondo de un video o una transmisión, como si nuestra privacidad ya no tuviera valor. Todo vale como contenido sin importar a quién vaya a incomodar.
Y lo más inquietante es que quienes están atrapados en estas dinámicas—la deuda, el consumismo, la vigilancia constante—no solo no las cuestionan, sino que las defienden con entusiasmo. Se burlan de quienes piensan diferente.
Tal como decía la frase que me hizo reflexionar: esclavos que admiran sus cadenas.