Por eso mismo

Todos los días cuando salgo a caminar paso por una barriada de esas improvisadas en la que las casitas están hechas de hojas de plywood, zinc oxidado y pedazos de lona. Es evidente que las personas que viven en esas condiciones son de muy escasos recursos. No cuentan con agua potable en sus casas y tienen una loma de basura frente a la entrada.

En las mañanas los veo salir de sus cuartitos sofocantes y dirigirse a sus distintas actividades. Casi siempre por ahí les sigue algún perrito desnutrido y pulgoso.

Esta mañana salieron dos niños de una casita de aquellas. Obviamente iban rumbo a la escuela. Sus uniformes arrugados y manchados daban evidencia de pobreza y descuido. Miraron mi cabello, se detuvieron en medio de la calle y empezaron a reír a carcajadas. Señalaban mi cabeza y reían y reían.

En ese momento recordé algo que he estado diciendo por años. La riqueza o pobreza no tiene nada que ver con tu raza, gobierno o trabajo. Es un estado mental, una serie de hábitos y actitudes. Tiene que ver con quién tú eres y cómo vives tu vida.

Les sonreí con lástima a los burlones esta mañana. Yo sé algo que nadie les ha dicho. Quice advertirles, pero supe que en ese momento sería una pérdida de tiempo pues mis palabras caerían sobre oídos sordos.

Quería decirles que son precisamente esas actitudes que han promovido la escasez en sus vidas y que si no cambian, seguirán siendo pobres. De generación en generación.

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Por eso mismo