El orgullo puede más

Te confieso algo: me encanta ir al supermercado porque es mi lugar favorito para observar a los seres humanos. He dedicado la mayor parte de mi vida a analizar y tratar de entender por qué las personas se comportan de la manera en que lo hacen. Créeme que el supermercado ha sido mi laboratorio más grande.

Una tarde hace como dos semanas estuve parada en una fila larga del supermercado. No habían muchas cajas disponibles, quizás sólo tres. Además acababa de pasar la quincena, así que muchas de las carretillas iban llenas. Me puse en la fila detrás de un hombre de unos 35 años de edad. Noté que estaba un tanto nervioso. Ponía sus compras de a poquito en la cinta transportadora mientras hacía comentarios  tontos y la cajera reía. Noté que cada cierto tiempo miraba la pantalla para verificar el total antes de sacar más productos de la carretilla. Por el tipo de productos que llevaba, asumo que tenía más de un hijo pequeño, de los que llevan lonchera.

Finalmente la cajera le dio el total y el hombre le entregó una tarjeta.  La cajera la pasó por el punto de venta y fue DENEGADA. El hombre rió nerviosamente y le pidió que la volviera a pasar. El resultado fue el mismo. Sus manos empezaron a temblar. Preguntó si se había caído el sistema. Preguntó si otras personas habían comprado con esa tarjeta de ese banco ese día. La cajera muy amablemente respondió a sus preguntas. El hombre metió sus manos en sus bolsillos y sacó algunos billetes arrugados. Pidió una tarjeta de teléfono de $2. El dinero en sus manos no llegaba ni remotamente cerca del total de las compras.

Yo he estado en esa situación y sé cómo se siente…

Saqué mi tarjeta, me acerqué al señor y le susurré ‘déjeme pagar su cuenta’.

Me miró como si le hubiese mentado la madre. ‘¡No!’ gritó, ‘¡Usted no me conoce!’

Le sonreí ‘usted tampoco me conoce. Sólo son $xx.xx, señor.’

‘¡No! Sólo tengo que hacer una transferencia entre mis cuentas y ya.’

‘Señor, todos estamos cansados y apurados. Le doy mi tarjeta de presentación y me puede buscar y me paga después.’

‘¡No!’ dijo con firmeza. ‘Ellos me lo van a guardar hasta que haya hecho mi transferencia’.

La cajera llamó a la supervisora y pusieron la compra en espera.

El señor se alejó para hacer la ‘transferencia entre sus cuentas.’ Su mano temblaba y tenía una mirada de terror en la cara. Pagué mis compras y lo miré una última vez. Seguía haciendo su transferencia. Se veía derrotado y angustiado y sentí mucha lástima por él.

Nunca sabré cómo terminó esa historia. Pero lo que sí sé es que ese hombre no sabía recibir y por eso no recibió la ayuda que necesitaba. Digamos que lo de la transferencia era verdad, pues no tenía que alterarse de esa manera por mi oferta. Además, había un cajero a pocos metros de distancia.

Así somos. Nos hinchamos de orgullo falso y justificamos nuestro derecho a sospechar de todo y de todos. Nos llenamos la boca gritando a los cuatro vientos que ‘no hay gente buena’, ‘el ser humano es frío’, ‘el panameño es egoísta’, ‘ya nadie está por nadie’ y cualquier otra variación de esa ideología. Lo decimos aunque la verdad es que sabemos que hay muchas personas que están dispuestas a extender la mano y ayudarnos, pero no sabemos cómo recibir esa ayuda porque estamos convencidos que necesitar ayuda es una señal de debilidad.

Dos caras de la misma moneda: los que piensan que todo el mundo tiene el deber de resolverles todo y los que no permiten que nadie les ayude para nada. La moneda se llama falta de amor propio.

Nos encanta juzgar. Por eso rechazamos la misma ayuda que le rogamos a Dios que  nos envíe… porque no viene vestida de la manera en que pedimos… así limitamos lo ilimitable.

Comentarios
El orgullo puede más

One thought on “El orgullo puede más

  1. Es cierto a veces las personas no ven la ayuda que Dios les envia a través de personas y tienden a esperar in milagro perce cuando el milagro fue la bondad de una persona.

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