Más que palabras

Anoche vi una película. En verdad no recuerdo el título, pero quedé impactada. Déjame contarte: dos parejas eran muy buenos amigos. Dos estaban casados y los otros dos aparentemente tenían varios años de relación, pero sin tomar el paso. Los casados constantemente le decían al hombre soltero que se casara, que tenía una mujer excelente, que el matrimonio era lo máximo en la vida, que el matrimonio los haría tan felices…

 

De tanto insistirle, lo convencieron. El tipo decidió proponerle matrimonio a la novia y empezó a buscar el sitio perfecto para la propuesta y el anillo perfecto.

 

Decidió hacerlo en un jardín botánico hermoso y fue para hacer arreglos con  los administradores del lugar. Estando allí, vio entre las matas a la esposa del amigo besando a otro hombre. De ese evento surgieron una serie de situaciones en las que el soltero se dio cuenta de que sus amigos casados no eran para nada felices como aparentaban en público.

 

Al final de la película los “felizmente casados” se separan y el hombre soltero decide proponerle matrimonio a su novia por amor– con sencillez y sin bombos y platillos.

 

Hace tiempo vengo pensando que a veces la gente que más trata de convencerte que te unas a esto, que seas miembro de aquello, que inviertas en este sistema o que pruebes tal o cual producto porque es maravilloso, cambiará tu vida, te hará feliz o te hará rico–miente.

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