Respuestas

Recientemente aprendí algo que cambió mi forma de pensar: nosotros mismos obstaculizamos las respuestas a nuestras oraciones.

 

Resulta que por años hemos escuchado que las oraciones deben ser largas, detalladas, explicativas y deben contener una serie de elementos específicos que son la “clave” para recibir respuesta. Se nos ha dicho que hay que rogar y rogar para convencer a Dios que tenga misericordia y nos conteste. Se nos ha enseñado que hay cosas por las cuales nunca se debe pedir (aunque sean necesarias) porque son una ofensa para Dios. Existe una lista larga de instrucciones en cuanto a la posición del cuerpo, la posición de las manos, si la cabeza debe estar cubierta o no, la vestimenta adecuada para orar, en qué lugares se puede orar, cuánto tiempo debe durar la oración, cuáles son las palabras introductorias, si se puede usar “tú” o si sólo es aceptable decir “usted”…

 

Pero aprendí que mientras más extensa es tu oración, más probabilidades hay de que la llenes de quejas, falta de fe o ingratitud, empieces a culpar a otros por tus problemas, empieces a culpar a Dios por tus problemas, justifiques tus malas decisiones, te llenes de miedo ante la posibilidad de no recibir la respuesta que deseas, te estreses, o simplemente te desanimes.  Todas estas actitudes son obstáculos.

 

¿Te digo algo? La próxima vez que oras, olvida las reglitas y simplemente busca conectarte con Su presencia. No traigas tu listita de cosas que crees que quieres o necesitas. Acércate a Él con dos frases sencillas: TE AMO y  GRACIAS. Entonces disfrútalo y todas las demás cosas te serán añadidas (Mateo 6:33).

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