¡Acepto!

Tenemos el mal hábito de aferrarnos a los sentimientos de culpa por errores cometidos en el pasado. He conversado con muchas personas que declaran con firmeza ‘nunca me perdonaré a mí mismo’, como si fuera un gran logro digno de admirar.

Algunos no dirían esas palabras pero con sus hechos demuestran que han decidido mantener todo lo malo que les ha sucedido en un pedestal. Creen que así evitarán errores futuros. Se equivocan, pues lo que enfocas crece. Cuando una persona deliberadamente se aferra a lo malo, corre el riesgo de volver a caer en esa misma conducta indeseable.

Recientemente conversaba con una mujer que, en sus años de juventud, tuvo un desliz y terminó involucrándose en algunas conductas bastante inadecuadas según sus propios estándares morales. Como consecuencia había contraído cierta condición médica. Esta mujer estaba convencida que su situación era el castigo de Dios contra ella por lo que había hecho. No sólo eso, ella se paraba diariamente a rezar y se aseguraba de incluir en su oración que nunca se perdonaría por ese error.

No es mi intención meterme con las creencias religiosas de nadie, pero dudo mucho que un Dios de amor disfruta de torturarnos y eso era precisamente lo que esta mujer– y muchos más como ella– hacía a diario.

Le propuse que como parte de la terapia, hiciera las paces con su pasado. Le expliqué que este proceso tendría dos niveles: Aceptación total del pasado y aprobación total del pasado. Traté de hacerle entender que en lugar de rechazar ese pasado, necesitaba estar dispuesta a verlo simplemente como parte de su viaje que la había traído hasta este momento.

Finalmente asintió e iniciamos el proceso, pero rápidamente noté su incomodidad con la parte de aprobar su pasado.

‘Es que eso significa que estoy de acuerdo con todo lo que hice. No puedo hacer eso’
Entendí completamente su preocupación. Pues desde niños se nos ha enseñado que tenemos que flagelarnos eternamente por los errores que hemos cometido. Pero ¿qué se logra con eso? Nadie ha podido comprobar que eso logra modificar o mejorar la conducta. Lo que se reprime persiste. Es como re-victimizar a la víctima.

Hicimos una pausa para explorar lo que significa aprobar y por qué es tan importante. Al final ella logró aprobar su pasado y me dijo que sintió como que una carga le fue removida de los hombros. Yo también noté el cambio; ella sonreía más y se movía con una ligereza juvenil.

Y una vez más comprobé lo que siempre hemos sabido: sentirse condenado y juzgado enferma el cuerpo y envenena el alma. Es hora de soltar el látigo.
sailing-1368285_640

Comentarios
¡Acepto!