Ya no conversan

Recientemente estuve en un restaurante de la localidad.  En una mesa cercana a la nuestra,  se sentó una pareja joven. Ambos eran muy atractivos y vestían a la moda reciente. Pero lo que en realidad me llamó la atención es que en todo el tiempo de estar juntos a la mesa no se dirigieron más de 7 palabras.  ´

Es que ambos estaban ocupados con sus Blackberries chateando y riendo.  Cuando se les acercó la mesera para tomar sus pedidos, el varón hizo un ruido y la mujer levantó la cabeza con una mirada de “¿por qué me interrumpes?”.  El varón, con un tonito un poco crispado le dijo “oye, pide lo que vas a comer”.  En ese momento, la joven suspiró y levantó la carpeta con el menú.  Hizo su pedido sin mirar a la mesera y volvió a tomar su Blackberry.  Al leer lo que decía la pantalla se rió a carcajadas, mientras que su acompañante le pidió disculpas a la mesera con una mirada de resignación.
Mientras mantenía la conversación en mi propia mesa, seguí observando de reojo a esta pareja.  Cuando les llegó la comida, ninguno de los dos tuvo la molestia de soltar el Blackberry.  Comían sin apartar la vista del aparato y entre bocados teclaban.
Hace muchos años escuché a alguien comentar que en un restaurante siempre se sabe quiénes están casados porque ya no conversan, sino que, envueltos en sus propios pensamientos, esperan la llegada de la comida. Pues eso me lo dijeron en aquellos tiempos en que a ninguno se nos hubiera ocurrido que llegaría el día en que la gente se sentaría a la mesa con el teléfono a conversar con otros que bien podrían estar en otros países.

¿Será que este deseo de estar conectados con otros en todo momento nos está robando la oportunidad de interactuar con los que tenemos en frente?

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