El buen vendedor

Ayer fui a retirar unos paquetes. Me encanta ir a ese lugar porque los que trabajan allí saben cómo hacer que el cliente se sienta bien. La oficina donde tengo mi cuenta queda en la ciudad y eso representa un viaje de 40 a 90 minutos, dependiendo de los antojos del tráfico. He pensado muchas veces en cambiarme a otra oficina que me queda a veinte minutos de la casa, pero una vez fui a hacer un envío por DHL y, bueno, no era lo mismo. Sólo estaba el dueño y estaba un poco… desconectado.
Donde soy cliente, a penas abro la puerta del local todos me saludan por nombre y antes de acercarme al mostrador ya viene alguno con mis paquetes en mano. Es decir, la puerta de vidrio no está por gusto y ellos están pendientes de quién viene llegando para así disminuir el tiempo de espera.
Por eso no me cambio. Sí, puede ser que estoy exagerando, porque da igual si saludan o no, la cosa es la conveniencia. Pero para mí, es importante darle mi dinero y mi lealtad a los negocios que se lo han ganado.
Ayer cuando entré, fue igual. Pero justo antes de retirarme, uno de los trabajadores me dijo: ‘Señora Dinorah, estamos tomando fotos de nuestros mejores clientes para tener en nuestra base de datos. ¿Me regala una foto suya recibiendo sus paquetes?’
Ahora, si me conoces, sabes que no me fascinan tanto las fotos y menos las inesperadas. Pero después de tanta amabilidad, sería inmaduro de mi parte simplemente decir que no. Así que accedí. Agarré mis tres paquetes y posé para la cámara.
El joven me dijo: ‘Mire, sale muy bien en la foto, pero está muy oscura.’
Claro, el cliente anterior, un señor de tez clara, no había presentado ese problema. De por sí, era hombre y ellos tienden a ser menos perfeccionistas en eso de las fotos.
‘El secreto es darle la cara a la luz,’ le dije.
‘Pues hagamos eso! Le tomaré la foto desde otro ángulo.’
Volví a posar con mis tres paquetes. Al final, el joven exclamó con una gran sonrisa ‘¡Pero señora Dinorah! ¡Usted se equivocó de carrera! Debió ser modelo’.
‘Y tú eres excelente vendedor,’ le respondí.
‘¡Pero no le estoy vendiendo nada!’
Sólo sonreí. No se había dado cuenta de lo que me vendía: la decisión de permanecer leal a una compañía simplemente por el trato excelente de sus empleados.
Así es, pues. Todos los días todos estamos vendiendo una idea, un servicio, una creencia, un estilo de vida u otra cosa. Lamentablemente la mayoría permite que sus propios miedos se apoderen de sus pensamientos y no tengo que decirte cuál es la consecuencia de eso.

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