Atención al cliente

El fin de semana entré a un salón de belleza nuevo cerca de mi oficina con la intención de hacerme un pedicure.

 

Habían tres mujeres sentadas en tres sillones frente a un televisor. Otra mujer le estaba planchando el cabello a una adolescente, mientras que una chica como de unos 15 ó 16 años,  admiraba todo el proceso.  Las  cuatro adultas estaban uniformadas, lo que significa que todas trabajaban en el salón.

 

Al abrir la puerta y saludar, todas se voltearon a mirarme. Parece que lo dije muy alto e interrumpí lo que veían en la tele, porque las miradas fueron bastante hostiles.  Sólo una reaccionó, mirándome de pie a cabeza. Y con toda la seriedad que se merece una intrusa dijo: “qué desea.” No era una pregunta. Las demás volvieron sus miradas al televisor.

 

Un poco confundida, expliqué que venía para hacerme un pedicure. La joven que me había contestado dijo “ah, es con ella”,  mientras señalaba con la cabeza a la que estaba planchándole el cabello a la adolescente.

 

Como es mi costumbre, agarré el manojo de la puerta y estuve a punto de salir de ese local, cuando la que me podía hacer el pedicure me sonrió y me dijo que en un momentito me atendería. Entré (sin ser invitada) y me senté a leer un libro. Noté que otras clientes entraban y se les daba el mismo trato de patada.

 

Después de pocos minutos se me atendió y quedé muy satisfecha con el trabajo, sin embargo dudo mucho que regrese.

 

En los dos años que tengo de estar en el área, he visto abrir y cerrar unos 4 ó 5 salones de belleza. Me pregunto cuánto tiempo durará éste y a quién le echarán la culpa del fracaso.

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